martes, 6 de abril de 2010

Hacer la Pascua

Mala noche. Calor. Bajo a ver si nos dejamos encendida la calefacción. No. Me acuesto. Ruidos. Bajo a ver si los perros están haciendo algo. No: duermen como benditos. Subo. Bajo a tomarme un Almax.

Madrugón. Leonor (y Carmen) se van al trabajo. Leo un poco. Doy una cabezada. Me despierto de golpe y mal. Corro a la ducha, recitándome el verso de Jesús Beades: “… llegas tarde llegas tarde”.

Llamo al 123 para dar de baja un servicio que no di de alta. Hablo con un contestador automático largo y tendido. Hablo con una señorita cortante y tenso. No es el departamento adecuado: 123, llame otra vez. El contestador automático, mi viejo amigo. Una nueva señorita que me dice que no lo he entendido, que no lo he entendido, que no lo he entendido. Le pregunto si es de carne y hueso o un contestador de nueva generación. Es un hueso duro de roer. No ríe. Yo tampoco. Al fin consigo darme de baja, exhausto.

Sin solución de continuidad, llamo al seguro. Comunica. Comunica. Cogen. Termitas no cubre. Goteras no cubre. Pintadas en la valla no cubre. Ah. Adiós.

Llego al IES. La mujer de Pepe, el del bar, está en el hospital muy fastidiada. Con la vida, no hay bromas.

Trabajo en un documento que, misteriosamente, se traga mi ordenador.

Voy a clase pensando en mi hora y media, media y hora, que se dice pronto, de trabajo que se ha ido al limbo cibernético. Por un juego de espejos siento que también voy a perder el tiempo, que se ha abierto un sumidero...

Una alumna comentó en su casa que yo había comentado que leía la Biblia [¡como Jünger, ¿recuerdan?, qué casualidad!] y me trae un manuscrito de su padre, sí, como oyen, con una nota en la que el autor dice haberse enterado de que soy un lector de la Biblia y donde me ofrece sus obras “por si me atrevo a ir más allá”.

A la vuelta paro para comprar el pan nuestro. El coche no arranca. Tengo que volver andando. Hace viento del Este, el mismo que secó el Mar Rojo.

Encuentro a un vecino de mi padre. Nos saludamos. Me comenta que a ver cuándo gano el Nobel, que tiene ganas de fardar de vecino escritor. Yo le confieso que tengo también ganas de ganarlo, por mis alumnos más que nada, para que vean a quién no echaban cuenta cuando estaban en la escuela. No sé por qué al vecino de mi padre no le hace ni pizca de gracia el comentario. Se despide.

Pongo al fuego unas pechugas de pollo.

Viene a cobrar el jardinero.

Quemo las pechugas de pollo.

Leonor (y Carmen) llegan. Leonor (espero que sólo ella) pasó también mala noche y no está para verle la gracia al pollo calcinado.

En vez de dormir la siesta, reescribo lo del limbo, con humor de purgatorio.

Dejo el coche en un taller.

Me llaman del taller, que ya está, pero Leonor (y Carmen) han salido y no vuelven y no voy a llegar a la hora y mañana necesitaba el coche y… Leo (y Carmen) llegan, y salimos corriendo, y llegamos al taller por los pelos.

Pago.

Llamo a un amigo que tiene un hijo convaleciente. Justo cuando me salta el contestador, se me acerca un rumano en un semáforo con la intención de lavarme el parabrisas. Grito: “¡No! ¡No! ¡Por compasión, no!” Dudo si rellamar a mi amigo para darle las pertinentes explicaciones.

Por gusto y para hacer un poco de régimen en la cena, compro habas frescas (recuérdese que nací en Murcia). Pero las habas no son de Murcia y están duras como chinos. Me pimplo un bocadillo de foie-grass.

Hoy es el cumpleaños de Pukka (11 años). Para que lo celebre, le despiezo el pollo calcinado. Lo disfruta, qué bien, algo que sale medio qué. Pero luego se pone a relamer el plato hasta que le saca brillo. Lame, sigue lamiendo, lamiendo el recuerdo del pollo, el recuerdo obsesivo del pollo calcinado, y a mí me entra un ataque de nostalgia.

Son las 11 y diez y tengo que escribir la columna de mañana, pero aquí estoy detallando mi día, asombrado, sin dar crédito.

Leonor (y Carmen) me informan de que la perra se ha puesto en celo. Como Carbón es macho, mucho, echaremos una próxima quincena la mar de animada.

Todo me sale en la nariz, me advierto. Tanto rollo con la felicidad y el Lunes de Pascua, sin esperar ni un día, me ponen a prueba. ¿Mi alegría es sólo cuando todo sale bien o tiene raíces más hondas (y en forma de cruz)?

La prueba la he superado a medias, suspiro y me doy unos golpecitos en la espalda para darme ánimos, aunque sabiendo que esto es nada, que mérito no tengo mucho (entre paréntesis está Carmen, que consuela de todo), y además estoy convencido de que mañana escampa. Mérito el de Job.

12 comentarios:

Kris Kelvin dijo...

... está Carmen que consuela todo...

Y más.

Me alegra saber que se llama Carmen. Hace unos meses llevamos a urgencias a nuestra pequeña Carmen (diez meses, casi). Nos atendió un médico joven, profesional y muy amable (los hay)y nos dijo: Carmen, qué bonito; es un nombre que cada vez se oye menos y es una pena... mi hija también se llama Carmen. ¡Qué médico más majo!

Un saludo

Mora Fandos dijo...

Me ha gustado: esto es identidad narrativa, El Ulysses en formato blog, y mucho más ameno (y soportable) que el de Joyce.

Dal dijo...

Magistral, Enrique. Lo del padre de la niña, indescriptible, todo un signo de los tiempos. Y el resto, también estupendo.

Por cierto, vi tu llamada perdida, muchas gracias. Lo que no sabes es que quedó un breve mensaje de voz en el buzón. Eran sonidos guturales indescifrables, se ve que por el rumano del parabrisas o por la que llevabas encima.

Enrique Baltanás dijo...

Pues sí, Job sí que tenía mérito, porque además tenía que aguantar a su mujer y a sus amigos, lo que no es tu caso (y además está Carmen).

Anónimo dijo...

ah, como consuelan las penas de los otros de vez en cuando.
Ya ves, como dijo la poeta: no puedo ser feliz todos los días.
Si el Nobel "se ganara" sería tuyo campeón; el problema es que "lo dan" por lo que nunca será tuyo campeón.
Si, todos tenemos un poco a Carmen que nos consuela.
J.

Enrique Barrero dijo...

Qué espléndida crónica de Pascua y cuántas buenas noticias dentro. Así, a bote pronto:

a) Que uno se acuerde del verso de un amigo mientras se ducha rápidamente.

b) Que una malhumorada Señora o Señorita responda, por lo menos, al teléfono y no salte sistemáticamente el contestador.

c) Que no haya que aguantar en casa a un Señor peritando el daño producido por las termitas.

d) Que por la avería del coche pueda volver andando y sentir el viento del Este en la cara.

d) Que su perro disfrute de un filete despiezado bien pasadito como le gusta, máxime ahora que está en celo.

e) Y, sobre todo, Carmen, diez meses casi.

Cristina Brackelmanns dijo...

Y el bocata de foie-grass, mmm, qué rico. Y lo bien que nos lo hemos pasado (con perdón). Y lo que sí que no entiendo es lo de los diez meses de Carmen que dice Espinelete ¿no le queda todavía uno para salir del paréntesis?
Ánimo, dormirás como un lirón y mañana todo irá mejor.

Javier de Navascués dijo...

Al final de un día ajetreado, qué alegría leerte así de bien, aunque sea toda esa cosecha de "desgracias". Misterios de la buena literatura.

Natalia dijo...

En realidad, un día maravilloso, lleno de vida.

E. G-Máiquez dijo...

Qué consoladores comentarios, con la guinda del de Natalia, tan certera. Como CB, se me escapan los diez meses de (Carmen). Tan consoladores que me he sentido un poco avergonzado de haber mezclado en esto a Job, que como sabe EB, es otra dimensión. Gracias a todos por no jobrobarme, por estar rodeado de amigos que me entienden tan bien.

Enrique Barrero dijo...

Lo de los diez meses era una broma amable que quedó equívoca, venía a sugerir que pese a que aún le queda por salir es una niña ya tan "grande" y adelantada que su padre la hace el centro de optimismo y luz de una entrada de pequeñas sombras de ahogo y de rutina, pero es cierto, ahora al releer el comentario ante la muy lógica observación lo advierto, que quedó equívoco. Téngase en cuenta, pues, sólo el propósito y no su equívoca ejecución.

E. G-Máiquez dijo...

Ah. Así, diez meses y diez años, que es lo que llevamos esperando. Muchas gracias, E.