viernes, 27 de noviembre de 2015

No quiero ir a rugby


Ya antes de salir, en casa, Quique tenía una perreta: "No quiero ir al rugby". Y no salía de eso con distintas (dentro de lo que cabe) entonaciones de llanto: más acuoso, más leve, más seco, más gritón, más musitado, más lastimero, más irritado, irritante, siempre irritable. "No quiero ir al rugby", en el coche, en el asiento de atrás, vestido de rugby. "No quiero ir al rugby" en el aparcamiento. Por la calle. Entrando en el polideportivo. "No quiero ir al rugby" al borde del campo, ya en el rugby. Me volví por donde había venido, pues nos insisten en que el entrenamiento no puede ser obligatorio, y me volvía oyendo la misma cantinela. Podría haber cambiado al menos el tiempo verbal y llorar "No quería ir al rugby", pero no, seguía: "No quiero ir al rugby".

Que nadie piense que fue tiempo perdido: aprendí una lección fundamental. El llanto siempre es monótono, la queja aburre a las ovejas. Quique, que tiene la conversación más interesante de la comarca (en la categoría cuatro años) y muy variada, era capaz de entrar en el bucle de la llantina. Esa lección hay que entenderla, memorizarla y, sobre todo, aplicársela: se llora en bucle.

(Por la tarde, me dijo: "Ojalá habría entrenado a rugby", pero yo no lo lamenté con él porque había aprendido lo que más necesitaba; y eso vale su peso en oro.)


1 comentario:

Ángel Ruiz dijo...

Qué bueno: dice "ojalá habría", como en Burgos (y en el País Vasco y Navarra).