jueves, 21 de diciembre de 2006

Esto no es un villancico

Desde luego que no. Se trata del primero de los Sonetos de la muerte que escribiera Jean de Sponde (1557-1595), que tradujo Mario Míguez (Signos, Madrid, 1988) y que yo he leído (ahora). No se trata, lo aviso, de un villancico, aunque en el fondo y al final…
Mortales, de mortales recibisteis la vida,
una vida que muere en la tumba del cuerpo,
y guardáis como vuestros tesoros de otros hombres,
aquellos cuya vida fue presa de la muerte;

vosotros que observáis que la muerte es constante
y vivís en las casas que fueron de los muertos,
no sentís sin embargo preocupación por ella:
¿cómo es que al recordar olvidáis su recuerdo?

¿Acaso vuestra vida, que adora los placeres,
rechaza los horribles pensamientos mortuorios
sin poder reparar en lo que le es contrario?

Mortales, se os acusa. Yo perdono el error
que forja vuestro olvido: olvidar vuestra muerte
os muestra en sí el recuerdo de vuestra vida eterna.

De este soneto me impresiona, amén de imágenes tremendas como ésa de que vivimos en casas que fueron de los muertos, su sorprendente final, que trae al recuerdo aquella impagable lección de Basho a su primer discípulo, Kikaku. Éste compuso un haiku que mostró, ilusionado, a su maestro:
Una libélula:
si le arranco las alas,
un clavo de pimienta.
Basho contestó: —No. Así has matado a la libélula. Di más bien:
Un clavo de pimienta:
si le pongo dos alas,
una libélula.
Seguro que Jean de Sponde no conocía la historia, pero no le hizo falta. Basho le hubiese aplaudido el soneto. En vez de acusar a los mortales y de recrearse en lo tétrico, supo ponerle a la muerte y a su olvido dos alas de piedad e inteligencia, de transparente verdad. Y entonces, inesperadamente, en el último verso, la muerte salió volando:
Vous montre un souvenir d’une éternelle vie.

8 comentarios:

Enrique Baltanás dijo...

Gran entrada esta. Y buen quiebro. Torero, con perdón de la Narbona. Y gracias por darnos a conocer a Jean de Sponde.

Anónimo dijo...

Tu entrada es un regalo de navidad.

Ángel Ruiz dijo...

Muy bonito el poema y muy buena la reflexión

Anónimo dijo...

Impresionante. La imagen que destacas de que vivimos en casas que fueron de los muertos y, sobre todo, la de que guardamos como nuestros tesoros de otros hombres me parecen conmovedoras, a mí que ando todo el día rebuscando las miguitas de pan que han dejado esos muertos. Y también el final, tan indulgente, comprensivo y volador... Gracias por esta "resurrección".

Anónimo dijo...

Muy bueno, no conocía al autor francés, el poema es excelente, como rompe al final. De Mario Miguez ultimamente solo llegan buenas ideas, en el blog de Cerero hay un poema de Mario Miguez buenísimo también.

Juan Ignacio dijo...

¡Qué bien!
Hay que creer en el deseo que tenemos de vivir por siempre.
Aunque también haya que aceptar morir para volver a nacer.

Anónimo dijo...

No todos los hombres queremos vivir para siempre, parece ser que eso es un concepto occidental.

Los hindúes miran a la reencarnación con esperanza no porque prolongue la existencia, sino porque es un paso más hacia la nada.

Juan Ignacio dijo...

Un gran tema para ampliar el de Ignacio. Quizás se pueda decir que todos (aquí o allá) buscamos una especie de "paz eterna", aunque algunos la busquen en la nada. Difícil imaginarse la nada. "Yo, hecho nada" es algo más facil de pensar. Claro que si hay yo, deja de haber nada.