domingo, 4 de marzo de 2007

Bajo el eclipse

Mirar a la luna me sirvió para levantar los ojos, demasiado arrastrados por el polvo con De Juana. Eso estuvo bien. También para cumplir mi compromiso y acordarme de Quevedo, de Borges, de don Pedro Girón y de Idoia Rodríguez. Y finalmente para constatar el estúpido prestigio de las excepciones: ¡cuánto más bonita era la luna llena, la misma de cada veintiocho días, antes de que viniese a emborronarla esa lenta sombra cenicienta! A emborronarla y a empequeñecerla, aunque las fotos de hoy rediman algo el fenómeno. Ayer, allí estábamos cruzándonos por la playa los que habíamos salido a contemplar el tan publicitado acontecimiento (publicitado incluso por uno mismo: tiro la primera piedra contra mi tejado, que conste). Me acosté antes de que pasara del todo el eclipse, recitándome un verso de Francis Thompson con la esperanza de que la luna de siempre, la brillante, me perdonase tantos olvidos:
The innocent moon that nothing does but shine

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo no miré el eclipse, pensando en aquello de Miguel d'Ors:

Maldito Baudelaire,
malditos Goethe y Borges,
que cuando quiero mirar la luna,
no me dejan ver
la luna

Jesús Sanz Rioja dijo...

Muy agudo Thompson, muy agudo d´Ors. Pero la foto es impresionante. Ya siento no haberlo visto.

Anónimo dijo...

Ya lo siento Enrique, porque en Granada, desde una azotea, la Luna roja sobre la Alhambra quedaba de lo más mágica.

E. G-Máiquez dijo...

Cierto, Rebelde, creo que me equivoqué de atalaya para verla. A ti te gustó mucho y a éste también. Menos mal que en 2019, creo, tendré otra oportunidad.