Yo quería escribir una novela titulada Golpe de estética. Iría sobre un grupo terrorista especializado en hacer saltar por los aires los adefesios de edificios que afean nuestras calles. Los comunicados del grupo estarían redactados en octavas reales o en sonetos. Su anagrama sería el hacha y la rosa. Las compañías de seguros tendrían que subir las primas a los arquitectos vanguardistas y contratarían licenciados en Historia del Arte para hacer sus valoraciones de riesgo. A mitad de la novela habría una escisión en el seno de la banda entre aquellos que pretendían atentar contra María Teresa Fernández de la Vega y aquellos que pensaban —influenciados por el feísimo Sócrates— que nada es más espantoso que un crimen.
La trama daría juego a enjundiosas reflexiones estéticas con un trasfondo de actualidad. El Gobierno de turno intentaría negociar, sin duda. Ofrecería a los terroristas, con tal de que no volasen el Guggenheim, unos puestos de diputados en el Congreso. Habría persecuciones trepidantes y una historia de amor entre la jefa de policía, que iría paulatinamente entendiendo las razones de la banda, y un terrorista, apuesto y exquisito, que acabaría deseando ser atrapado por esa chica tan interesada en la pintura de Ramón Gaya, y tan interesante.
No escribí la novela temiéndome que, por coherencia con el argumento, tuviese que prenderle fuego al manuscrito. Me he limitado a soñarla cada vez que pasaba por delante de según qué edificios. Pero en vista de que yo no daba el paso, la realidad la ha escrito casi al pie de la letra. Frédéric Rabillet, un cartero de 29 años, lector de Hitler y de Lenin, se montó la Fracción Nacionalista del Ejército Revolucionario (FNAR). Este grupo terrorista unipersonal atentaba contra los radares de control de velocidad, despertando una enorme simpatía entre los conductores franceses. Finalmente Frédéric ha sido detenido cuando un artefacto le estalló en las manos.
Parece que el muchacho no va a poner más bombas. Mejor. Además ya ha demostrado de sobra y mejor lo que yo pretendía: la fascinación por la violencia, su creciente banalización y que ninguna causa, por absurda que sea, será jamás tan estúpida como la de los asesinos que ejercen en España el monopolio del terror.
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6 comentarios:
Qué gran idea y qué gran artículo. Hasta leerlo, mi propuesta era la de crear una policía cultural, más o menos con los mismos fines pero desde el orden: en vez de atentados, detenciones. Pero tu idea es mejor, sin duda.
¡Gracias!
Salud,
TlÖn
Tú tendrías que haber dicho "de nada", Tlön. Las gracias te las doy yo.
Y a CRM.
¡Puritito Chesterton!.
ES GENIAL!!! ESCRÍBELA YAAAA!
Genial entrada.
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