sábado, 10 de marzo de 2012

La diligencia


Por mucho aire acondicionado que tenga un tren o un avión, basta que entren unos cuantos niños pequeños o uno solo llorón, para que el ambiente se parezca peligrosamente a La diligencia, de John Ford. Crece la incomodidad, pero también la vida social entre los pasajeros. Y hace calor. O frío. La gente comienza a intimar, a pedirse excusas, a reírse y a protestar, todo junto, mezclado. Antes o después se produce el ataque de apaches furiosos: los niños empiezan a correr en redondo y a ulular. El The end tarda en aparecer, la diligencia va a paso de mula coja, pero ya llegará y llegaremos vivos. Extenuados, pero vivos. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si es que los niñosaurios son terribles. Terribles. Yo lo he sido, y sé de qué hablo.