sábado, 24 de junio de 2006

Contra las bodas

Que no cunda el pánico. No voy a hablar contra las bodas homosexuales; así que los defensores de la diversidad y de la tolerancia pueden, por esta vez, guardarse la indignación que les entra cuando alguien piensa un poquito distinto. Simplemente vengo a quejarme de la abundancia de bodas heterosexuales, que sí se puede hacer.

Tampoco es que tenga nada contra el matrimonio. El día de tu boda es el más feliz de tu vida, dicen. “Sobre todo”, bromeé alguna vez, “de tu vida de ahora en adelante”. Me equivocaba: la cotidianidad conyugal depara días muy dichosos. De lo que de verdad estoy en contra es de las bodas, esto es, de la preceptiva celebración festiva del evento. “Qué misantropía”, dirán ustedes, “si sólo es una lógica noche de fiesta”. De sólo una noche, nada: desde que, varios meses antes, uno recibe la invitación, está condenado; además de agradecido. A partir de entonces, inútilmente intentará hablar de la manifestación de la AVT o de las peripecias de Maragall: la conversación se centra, por arte de magia, en cuestiones de vestimentas, de hoteles y de listas de regalos. Todo muy barato.

El día más feliz dura una infinidad de horas seguidas donde, como en el poema de Bécquer, se confunden los crepúsculos. Si pagaran un salario por asistir, sería un trabajo insoportable, que incumpliría todas las normas que regulan una jornada laboral digna. Cuenten las horas que se pasan de pie, conversando a voz en grito, saludando con cara de felicidad, bebiendo sin sed y comiendo sin hambre…

Desde la boda de Letizia, se hace mucho hannover, quiero decir, que se imita al famoso Ernesto saltándose la ceremonia religiosa para acudir directamente al convite. Grave error, porque la iglesia es el único sitio donde podrás estar sentado tranquilamente, deseando felicidad a esos aventureros que unen sus vidas, sin la obligación de dar carrete a un señor que te pusieron al lado.

A partir de ahí, todo es una vorágine de canapés y un vértigo de conversaciones. Enseguida olvidamos cuánto nos costó adelgazar y que, por cada copa, uno tendrá que tomarse al día siguiente un vasito efervescente con paracetamol. La fiesta no acaba nunca porque, cuando por fin decidimos irnos, empiezan las despedidas, que se eternizan. Y se repiten: hace tanto tiempo que habías dicho adiós a la primera persona que vuelves amnésico y afónico a pegarle otro abrazo.

Hubo un tiempo en que pensé, con alivio, que había casado felizmente a todos mis amigos. Sin embargo, yo mismo me casé, y con una mujer tan extremadamente joven que ahora comienzan a hacerlo sus amigas. Algún día terminarán, supongo; pero ya no concibo esperanzas. El gobierno ha inventado el divorcio exprés y, dentro de nada, empezaremos a celebrar reincidencias.
—Amigos, parientes y conocidos, por favor, sed matrimonios felices y duraderos, aunque sólo sea para ver si podemos pasar un fin de semana en casa leyendo un poco.
[Artículo que publiqué en el Diario de Cádiz allá por mayo pasado, pero que --ante el fin de semana que me espera-- he considerado conveniente recuperar.]

8 comentarios:

Inma dijo...

Tengo un hermano alérgico a las bodas, dice que todo lo que viene después del contrato matrimonial en sí, debería estar prohibido, sin más.
Y ¿qué te parece todo lo que se organiza alrededor de las "despedidas de soltero/a"...También da para un artículo.
Ayer leí una entrevista a un mariachi que contaba que, ahora, también le llamaban para ir a cantar a las celebraciones de DIVORCIO, que cada vez están más de moda...

Corina Dávalos dijo...

Gracias por recuperar el artículo. La hipertrofia de las celebraciones...quizá uno de los signos más patentes del aburrimiento mortal en el que se vive.

E. G-Máiquez dijo...

Muy buena propuesta, Inma. Cierto que las despedidas de soltero se merecen un artículo o, mejor, una sátira o un epigrama. Lo malo es que yo no les veo maldita la gracia, y así no se puede ni criticar. Comprendo la celebración de las bodas (aunque su "hipertrofia", como bien dice AnaCó, me irrita), y por eso puedo meterme con ellas sin perder la sonrisa. Las despedidas tendrán que esperar a que alguien mucho más tolerante que yo las ridiculice.

Hache dijo...

Estimado E.G-Máiquez, queda usted invitado a unirse al Club de los Aburridos de la Mesa del Fondo.

E. G-Máiquez dijo...

Gracias por la invitación, Hache: allí me senté...

Juan Ignacio dijo...

Después de tan buena entrada, lo siguiente es prolongarse en chabacanerías. Pero vaya. Lo peor de lo peor es esa fiestas en que la música ambiental está tan fuerte que ni hablar se puede. Creo que prefiero hablar de cualquier pavada con alguien que ni conozco antes que tener que comer enfrentados en silencio como en un retiro espiritual (aunque me guste comer en silencio, pero en casa, o en un retiro espiritual).

Ululatus sapiens dijo...

Me uno a la censura completa de las aberrantes bodas modernas, cuya peor característica es, además, la de no producir uniones duraderas ni niños bien portados...

Sólo hay algo peor que las bodas: los XV años, que son una monstruosidad muy mexicana, ¡como dioses prehispánicos!

E. G-Máiquez dijo...

Querido Ululatus; pones el dedo en la llaga: lo peor no es la fiesta (a pesar de la música), sino lo poco que produce más tarde, como parto de los montes...
Aquí no se celebran los XV años, pero sí los XXV. En todo caso, cuando un matrimonio duró sus buenos quince años parece que se merecen una celebración, ¿no? De seguir así las cosas la fiesta ésa corre riesgo de desaparecer por falta de quórum. Abrazos.