Ayer por la tarde, en Las Ventas, al final de la calle Alcalá, las banderas tremolando al viento, y yo sentado prácticamente entre el Rey y Sabina, pero todos pendientes, asombro y admiración, de Tomás (ver para creer) y del toro y del otro toro, y de repente, tuve la certeza, a medias visionaria, a medias física, de que estaba en el ombligo de España.
Enseguida me acordé de El Cerro de los Ángeles, y me entró pena por mi paganismo y por el de mi patria. Pero no, no, no, me repuse enseguida. El ombligo de España estaba allí; en El Cerro, su corazón.
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8 comentarios:
Me parece de gran belleza la reflexión que hiciste. Sólo nos falta saber dónde estaba la cabeza de España. Yo hace tiempo que no la encuentro.
¡¡Qué envidia!!
Tomás... Leí un reportaje sobre él, me pareció muy valiente.
Ahora sí que la envidia me sale por todos los poros disponibles. ¡Qué pedazo de torero! Dí algo más de lo que pasó en el ruedo, ¿no?
Que la incredulidad de Tomás ha servido a muchos, igual una crónica tuya...
Definitivamente, me resulta un espectáculo incomprensible. Debo afinar mi sensibilidad, supongo.
Abrazos y salud,
Tlön
Mery, Jovellanos murió diciendo "país sin cabeza". Bueno, eso dicen.
No la busque, pues.
Mery, qué gran cuestión. Y qué bien la contesta anónimo & Jovellanos, desgraciadamente. Yo, porque no me rindo, quiero acordarme de Pessoa:
O rosto com que fita é Portugal.
Es que Pessoa tiene alma de poeta, pero es cierto, Portugal es el rostro y qué olvidado solemos tenerlo.
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