jueves, 24 de julio de 2014

Caí en Las Redes


Hace unos meses asistí a un curso sobre cómo hablar en público. Al empezar la primera clase se nos dijo categóricamente que el método tenía dos pilares: la autoestima y el hecho fehaciente de que el conferenciante sabe más que nadie de su tema. Acabáramos. La autoestima o es vanidad o es orgullo. Si lo primero, es dubitativa y tartamuda por naturaleza. Si lo segundo, se confunde con el segundo pilar del método, que queda entonces cojo, haciendo equilibrismos sobre una sola pata. Que tampoco sostiene, porque a ver de qué sabemos nosotros más que nadie y cómo sabemos, además, que lo sabemos. 

Ayer, sin ir más lejos, di una charla en el club Las Redes sobre Literatura del siglo XX y conversión. Bibliografía no me faltaba, pero, como en todas mis charlas, podía ir viendo como, entre el público, se iban encendiendo con grácil alternancia lucecitas sobre las cabezas de aquellos que saben sobradamente más que yo del punto en particular que estoy tocando en cada momento. No es metáfora. Yo veo esas lucecitas. Las veo siempre, pero más cuando la charla es en mi pueblo, donde nos conocemos todos. 

A la salida, amables saludos. Una señora se me presenta como profesora del colegio de Leonor. Muy sonriente. Dos besos. Adiós, adiós. Saliendo, Leonor me cuenta que esa profesora suya es inglesa y... conversa. Ah, ahí me falló la lucecita, pero qué luz. Cegadora, para ser más precisos. Quizá por eso me falló el fogonazo, por misericordia, para no haber sido tumbado del atril como san Pablo del caballo. Saber más que nadie, ja. Ja. 


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