El título de esta entrada es, por supuesto, de JRJ. Y es, además, lo único que me puede consolar de la pregunta que Enriquito me lanzó ayer, metiéndose debajo de la sombrilla donde leo en la playa.
Quería subir conmigo a la piscina y le contesté que vale, pero cuando acabase un capítulo del libro que tenía entre manos, que me quedaba poco. La pregunta —si no me engaña la pasión de padre— le salió con una espontaneidad tan asombrosa como su razonamiento y como su retórica, si se fijan. (Si en el vídeo ha perdido el efecto sorpresa y algo de naturalidad es porque le pedí que me la repitiese palabra por palabra, para inmortalizarla.)
Por la tarde, trabajando en casa vi los dos autorretratos que se pintó Bécquer, con seis años de diferencia —y la boda y los hijos por medio— y volví sobre el asunto. En "El poeta y las Musas" (1860), delicioso, no parece que el poeta esté trabajando demasiado. Yo me recuerdo mucho así.
En "La Musa y el niño llorón" (1866) se le ve desesperado de verdad.
La cara de horror de la musa es, en cambio, de una comicidad indudable. El niño llorón no le ha salido excesivamente bien, pero se le ve, al pobre, sin nadie, ni musa ni poeta, que le consuele.
Creo que entre la relajación del 60 y la desesperación del 66, habría que ser capaces de encontrar un milagroso término medio, como si abriésemos un pequeño resquicio entre el trabajo sin descanso y el heroísmo por excelencia de JRJ. Si yo pudiese, que no creo, si pudiera, sería porque Enriquito me ayudará a abrirlo.
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