Carmen se curó y ayer nos acompañó al trance de ir de compras. Corría por el centro comercial, se colaba en los probadores, se lanzaba por las escaleras mecánicas, se abalanzaba sobre los maniquíes, gritaba de pura emoción. Pero de mi pregunta de ayer había captado la trascendencia y la recordaba, así que de vez en cuando, con una sonrisa maliciosa, se volvía hacia mí, me miraba y decía: "Estoy triste, papá". Me dio la alegría de la tarde de compras, que aún me dura.
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