sábado, 18 de mayo de 2013

Escolios para una poética implícita


[Hoy se cumple el exacto centenario del nacimiento de Nicolás Gómez Dávila. Mañana le dedicaré mi columna en Diario de Cádiz, pero no me resignaba a llegar tarde a la fiesta, así que recupero un texto antiguo, que publiqué en el primer número de la revista Siltolá. Es largo, aviso, pero el autor y la ocasión lo merecen.]


ESCOLIOS A UNA POÉTICA IMPLÍCITA

La publicación de Escolios a un texto implícito, los aforismos completos de Nicolás Gómez Dávila (Bogotá, 1913-1994) por Atalanta (Gerona, 2009) ha sido calurosamente recibida por los gomezdavilófilos de aquí. En España se habían publicado el último libro del autor, Sucesivos escolios a un texto implícto, por la editorial Áltera (Barcelona, 2002) con prólogo de Álvaro Mutis, y una antología, Escolios escogidos, por Los papeles del sitio (Sevilla, 2007), que Juan Arana ordenó según utilísimo criterio temático.
Las reseñas y los comentarios se han centrado en los aspectos más políticos y polémicos de su obra. El pensamiento reaccionario sufre en esto la maldición propia del tabú: resulta tan sorprendente que de prohibido pasa a acaparar toda la atención. Pero los Escolios a un texto implícito van más allá de la provocación: proponen una cosmovisión; y junto a la política y a la sociología, reflexionan sobre teología, ciencia, historia, vida social, psicología, etc. En ese catálogo universal, goza de una importancia central la literatura. Tan central y pormenorizadamente tratada, que seguir la pista a lo largo de la obra completa de Gómez Dávila nos llevaría a exceder con mucho los límites de este artículo. Nos ceñiremos a la primera entrega: Escolios a un texto implícito, 1 (que en la edición de Atalanta ocupa las pp. 69-451).

Pensé hacer una antología de escolios metaliterarios de Gómez Dávila, que habría de resultar muy orientadora para todos los que se mueven con más o menos soltura por estos laberintos, ya sean autores, lectores, poetas o críticos. De hecho, se me ocurrió subdividirla en esas mismas secciones: sobre el oficio de escritor, sobre el ejercicio de la lectura, sobre la poesía y sobre la crítica.

Empezaría mi antología por aquellos escolios que tratan del oficio. Al poderoso argumento de su inteligencia, se une la autoridad de comprobar a cada paso que quién los ha escrito es un finísimo autor. Lean algunos ejemplos:

El escritor procura que la sintaxis le devuelva al pensamiento la sencillez que las palabras le quitan.
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La originalidad de una obra depende a veces de lo que su autor no sabe hacer.
Hay una impotencia creadora.
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Gran escritor es el que moja en tinta infernal la pluma que arranca al remo de un arcángel.
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Nadie piensa seriamente mientras la originalidad le importa.
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Nadie debe escribir o pensar sino para sus superiores.
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En otros idiomas existe una prosa correcta para uso cotidiano, mientras que en español sólo el gran escritor escribe decentemente.
El libro mediocre es más mediocre en español que en otros idiomas.
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No debemos escribir como hablamos, sino como debiéramos hablar.
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La estética no puede dar recetas, porque no hay métodos para hacer milagros.
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Sin dignidad, sin sobriedad, sin modales finos, no hay prosa que satisfaga plenamente.
Al libro que leemos no pedimos sólo talento, sino también buena educación.
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Periodismo es escribir exclusivamente para los demás.
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El escritor se enreda en los hechos, si sus frases no tienen filo.

Como Borges, pero quizá con más sinceridad, Gómez Dávila se enorgullecía de lo leído más que de lo escrito. Leer era, por otra parte, su método de trabajo. Sus aforismos son decantaciones de horas innumerables en una biblioteca personal de más de 33.000 volúmenes. El mismo género y título, “escolios” lo advierte. “Escolio” —del griego “schólion”, comentario— es, como recuerda Franco Volpi en el prólogo a la edición de Atalanta, una nota en los manuscritos antiguos y en los incunables, añadida por el “escoliasta” en interlínea o al margen para explicar los pasajes oscuros del texto desde el punto de vista gramatical, estilístico o exegético. Sus consejos de lectura están escritos, pues, con un profundo conocimiento de causa:

El tránsito de un libro a otro se hace a través de la vida.
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El libro no educa a quien lo lee con el fin de educarse.
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La literatura toda es contemporánea para el lector que sabe leer.
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Siempre nos arrepentimos de leer, simplemente porque trata un tema interesante, al escritor sin talento.
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Cada nueva verdad que aprendemos nos enseña a leer de manera distinta.
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Admirar lo que no nos divierte es etapa intermedia entre la etapa primitiva, donde sólo admirábamos lo que nos divierte, y la etapa final, donde sólo nos divierte lo que admiramos.
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No admirar sino las obras realmente admirables es indicio de gusto dudoso.
El verdadero tacto literario, y la auténtica afición, aprecian el encanto del poeta menor y la delicadeza de prosas subalternas.
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Meditar es dialogar con algún muerto.

Nicolás Gómez Dávila escribió algunos poemas que han permanecido inéditos, y que conservan sus familiares y amigos. Ese dato explica, además de una afición que se adivina constante, la cantidad de escolios dedicados a la poesía, y su perspicacia técnica.

Como la única prueba de la sinceridad de un poema es cierto tono inconfundible, llamamos sinceridad ese tono, cualquiera que haya sido la manera de lograrlo.
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La poesía que desdeña la musicalidad poética se petrifica en un cementerio de imágenes.
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Gran parte de la poesía moderna se resigna a parecer simplemente traducida.
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Los poetas cargan la mayoría de sus poemas con pólvora mojada.
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El poeta ayer confiaba en el adjetivo tradicional, hoy confía en el inusitado.
En ningún caso la receta reemplaza al talento.
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El poeta mediocre inventa sus símbolos. El gran poeta los descubre.
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El poeta no traduce una visión en palabras. Su visión se elabora en ellas.
El poeta descubre lo que quiere decir diciéndolo.
La poesía es una retórica victoriosa.

Gómez Dávila fue sobre todo un lector, pero tan atento que acabó naturalmente convirtiéndose en crítico, esto es, en un lector con cuatro ojos. O con seis, porque fue un crítico que, como pedía Eliot, se atrevió a criticar al crítico.

El oficio del profesional, en las ciencias del espíritu por lo menos, es el estudio de las obras del aficionado.
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Arte por el arte” significó para una generación independencia del arte, y para otra independencia del artista.
Los primeros defendieron una tesis estética exacta; los segundos pregonaron una tesis ética errónea.
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Recordando las pifias de sus colegas de ayer, los críticos contemporáneos prodigan el incienso, sin advertir que más grave que ignorar a un gran artista es pasmarse ante un mediocre.
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La buena obra teatral no se puede ver, ni la mala leer.
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La pasión igualitaria es una perversión del sentido crítico: atrofia la capacidad de distinguir.
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Al hablar de un poeta es tonto insistir sobre sus poemas fracasados. Lo normal es que los poemas fracasen.
Un poeta no es más que sus triunfos.
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La crítica literaria incluye todo lo que al hombre inteligente se le ocurra decir sobre un libro.
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Entre la obra lograda y la obra fallida no existe diferencia que la razón esclarezca, sino distancia que el espíritu constata.
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El que no entiende que dos actitudes perfectamente contrarias pueden ser ambas perfectamente justificadas no debe ocuparse de la crítica.
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Nuestra opinión sobre un gran libro es un fallo con que el libro nos juzga.
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La humanidad cambia menos lo que admira que las razones con que justifica su admiración.
Tres mil años han admirado a Homero sucesivamente por razones contradictorias.
Las obras duran más que las estéticas.
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A pesar de la intrusión de ínfulas técnicas en las letras, los artefactos estéticos no son utensilios de laboratorio, sino trampas para cazar ángeles.
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Después de milenios de literatura debiéramos saber que la verdad importa menos que el talento con que un escritor se equivoca.
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Negar el valor estético del tema, porque algún tonto pensó que el valor de las obras dependía de determinados temas, equivale a negar el valor estético del color, si se le ocurriera pensar a otro tonto que el valor de las obras depende de determinados colores.
Temas, formas, colores, ritmos, etc., son ingredientes estéticos de la obra.

A poco de ponerme a recopilar los escolios literarios, sin embargo, se me quitó de la cabeza tan descabellado propósito. Me tenía que haber escamado que el propio autor no ordenase su obra por materias y optase por un aparente caos temático. Desorden que resulta especialmente sospechoso en alguien que ha escrito: “Entre injusticia y desorden no es posible optar. Son sinónimos”.

En realidad, lo que Gómez Dávila pretende decirnos con la mescolanza de temas es que todos los suyos están íntimamente relacionados, sosteniéndose entre sí. La crítica literaria no puede desconectarse de una concepción completa del mundo. Más: la crítica literaria consiste en esa concepción. “La crítica decrece en interés mientras más rigurosamente le fijen sus funciones. La obligación de ocuparse sólo de literatura, sólo de arte, la esteriliza. Un gran crítico es un moralista que se pasea entre libros”, ha predicado el moralista Nicolás Gómez Dávila. Se trata de un paseo de ida y vuelta. Sus ideas le orientan a través literatura y a través de la literatura concibe sus ideas:

El libro que no tenga a Dios, o a su ausencia, por protagonista clandestino, carece de interés
*
La literatura moderna: esa colosal empresa reaccionaria.
*
El Progreso respira mal en el Parnaso
*
Una gramática insuficiente prepara para una filosofía confusa.
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Desde Blake, Wordosworth y el Romanticismo alemán, la poesía moderna es una conspiración reaccionaria contra la desacralización del mundo.
*
Las estéticas “modernistas” han sido invento de escritores reaccionarios: Balzac, Baudelaire, Eliot
*
La literatura plantea los problemas del hombre en el idioma de la inteligencia y no en uno de los esperantos del intelecto.
*
La apologética debe mezclar escepticismo y poesía.
Escepticismo para estrangular ídolos, poesía para seducir almas.
*
El mundo es un sistema de ecuaciones que resuelven ventiscas de poesía.

Si la literatura ocupa ese lugar central, alrededor del cual gira su pensamiento, es porque nada está más íntimamente conectado al alma humana. Su poética implícita es personalista:

La crítica romántica nos enseñó a leer no solamente libros, sino autores.
Allí aprendidos a escuchar en la obra la resonancia de un alma.
*
Una obra es literaria cuando autor y obra son inseparables, científica cuando cualquiera puede haberla escrito.
*
Para seducir no es necesario que el escritor tenga algo que decir, sino que sea alguien.
*
Lo que el escritor inventa primero es el personaje que escribirá sus obras.

Recoger exclusivamente los escolios literarios suponía desgajarlos del alma de Gómez Dávila, esto es, del alguien que nos seduce. Y era desconectarlos del todo que les da sentido y, lo que quizá es más grave, de su misión de dar sentido al todo. Para acceder a su poética implícita hay que leerle entero. Eso que salimos ganando. 

16 comentarios:

Ángel Ruiz dijo...

Muchísimas gracias, es un artículo estupendo.
Me ha impresionado mucho eso de la poesía como "una retórica victoriosa".
A veces parece que estamos atrapados en la retórica y que toda la literatura es retórica más o menos tapada, pero claro, todos sabemos que la literatura cuando vence la retórica ya es otra cosa: la poesía. Por ahí irá eso de que "El mundo es un sistema de ecuaciones que resuelven ventiscas de poesía."

Anónimo dijo...

Es difícil hablar de Gómez Dávila sin referirse a sus ideas políticas, o sociales, o como quiera llamárseles: él mismo lo hace continuamente. Y con algunas curiosas contradicciones, por cierto. Citaré una, que se recoge aquí. Resulta llamativo leer a un autor que se tiene a sí mismo por reaccionario, y que tiene poca (a veces ninguna) simpatía por lo caracterizadamente "moderno" en el arte, esto: "La literatura moderna: esa colosal empresa reaccionaria". ¿En qué quedamos, oiga?

E. G-Máiquez dijo...

Agradezco muchísimo su comentario, anónimo. El de Ángel, desde luego. Ambos tienen la virtud —amén de animarme a mantener el blogg y a atreverme con entradas atrevidas— de tocar temas que llevo pensando tiempo, y de aclararme ideas. La poesía como retórica victoriosa, qué alegría.

Y lo suyo, anónimo, que afina con el concepto de reacción, que es todo lo contrario de inmovilismo. Es reacción porque reacciona contra la modernidad, así que no hay en verdad ninguna contradicción en el escolio citado. Compagnon con ese libro imprescindible Los antimodernos lo deja más claro aún. Pero a mí su comentario me ha servido mucho para entender mejor ese acento en la reacción que pone NGD, que yo preferiría, como Jünger, en el conservatismo.

Anónimo dijo...

Agradezco a EGM su rápida y detallada respuesta, pero la verdad es que (culpa mía, sin duda) sigo sin verlo claro. Si la reacción lo es porque "reacciona contra la modernidad", ¿cómo la literatura moderna es "esa colosal empresa reaccionaria"? ¿Cómo puede la literatura moderna ser eso, si justamente la reacción es contra la modernidad? ¿Soy yo el único en ver una contradicción? Se agradecen aclaraciones, porque yo no lo entiendo.

E. G-Máiquez dijo...

NGD juega con esa contradicción y espera que se vea. Él da un salto que consiste en considerar, dentro de lo que se escribe en la modernidad, sólo como Literatura a aquella que reacciona contra ella. Compagnon da muchas más explicaciones, pero porque escribe un ensayo, y desde posturas más modernas, y no una aforismo. La idea es la misma: en literatura triunfan los perdedores de la historia de la modernidad.

Anónimo dijo...

¿Fue perdedor en la historia de la modernidad Proust, ampliamente reconocido ya en vida? ¿Lo fue Joyce, ídem de ídem? ¿El Nobel Faulkner? ¿Borges, en sus últimos años una auténtica figura mediática (debe ser, por ejemplo, el escritor más entrevistado de la Historia)? A mí me parece lo contrario: que ha habido, en la modernidad como antes de ella, triunfos y consagraciones en vida de lo que lo merecía (véanse ejemplos), y también quien no conoció en vida la fama a que tenía derecho. Como Pessoa, tan lanzador (y teórico) de movimientos nuevos. Y que unos apostaban por lo moderno, y otros por todo lo contrario. (Yo creo que los que más valen, y me parece que eso es lo que ha ocurrido siempre, reunían las dos cosas: atención al presente, y hasta capacidad de atisbar el futuro -un ejemplo más: Kafka-, y un conocimiento vivo de lo antiguo, incluso de lo muy antiguo -Kafka-).

E. G-Máiquez dijo...

Perdón, me expliqué muy mal. "Perdedor" no en la vida personal, cosa que no fue, evidentemente, NGD, sino en relación al sentido de la historia.

Anónimo dijo...

Yo sigo sin verlo claro, pero más valdrá dejarlo, que este no es lugar para una controversia privada. Yo ni creo que la literatura moderna sea "esa colosal empresa reaccionaria", ni creo que eso sea necesariamente bueno (ni malo). El tiempo, desde la óptica humana, tiene tres dimensiones, o posibilidades: pasado, presente y futuro. Y volverse de espaldas a cualquiera de ellas, sobre no ser posible en la práctica, me parece a mí una automutilación del todo incomprensible, y que evidentemente se reflejará (para mal) en la obra.

En el caso concreto de GD, yo creo que su excepcional agudeza en ciertas direcciones se produce a costa de una ceguera no menos excepcional en otras. Pero en fin, no problem: podemos sonreír ante ciertas nostalgias suyas más o menos medievales, y recoger lo que de valioso tiene, que no es poco.

Y digo lo de "más o menos medievales" porque, como tantas veces ocurre, se refieren a una Edad Media que nunca existió. Asegura por ejemplo, todo convencido, que entonces la gente del común era mejor tratada y más respetada; y eso en la época de los siervos de la gleba, de los tiranos locales sin freno -valga como ejemplo el señor del Segre becqueriano, entre tantos posibles-, o del ius primae noctis, vulgo derecho de pernada, para no hablar de la Inquisición, que hasta creo que ni menciona. Pero supongo que esas cegueras le son necesarias; corramos el piadoso velo de rigor, y miremos con él en la dirección en que sí es un maestro de la mirada. Y celebrémoslo por ello, con o sin centenarios.

Ángel Ruiz dijo...

Yo me conformo con que el Anónimo no cite ahora lo de la Ginzburg y el aborto

BV dijo...

Derecho de pernada, qué nivel.

Anónimo dijo...

Sobre “No debemos escribir como hablamos, sino como debiéramos hablar”, y por asociación de ideas:
A veces la forma escrita impone cierto imperio al habla: Es curioso que las palabras derivadas de otra prefieran hacerlo de su forma escrita mejor que de la hablada. Así: De cónyuge deriva (y así se pronuncia) conyugal en vez de conyujal, de Arcos (la ciudad), arcense, en vez de arquense.
Sobre la relación entre injusticia y desorden, siempre me ha parecido que eran parecidas, pero agradezco el aval de NGD.
Jilguero

Anónimo dijo...

Que dos y dos son cuatro es una cosa la mar de previsible. Más interesante, a mi parecer, es si es o no verdadero. Respecto a lo otro, si AR está seguro de no ser nada previsible, o BV de su grandísimo nivel, les felicito por ello. Yo no suelo estarlo, por lo que a mí respecta, ni de una cosa ni de otra. Y me parece bien.

BV dijo...

Derecho de pelmada, el suyo.

Anónimo dijo...

Mil gracias, amable BV.

Me recuerda usted a un independentista catalán que recientemente, en el foro de una noticia de periódico, decía no estar de acuerdo con la posibilidad de que, si se llegaba al famoso "derecho de decisión" que piden, fueran todos los españoles, y no sólo los catalanes, quienes decidieran al respecto. Y lo explicaba así: "a mí nadie me preguntó si quería ser español; por tanto, los españoles no tienen por qué decidir sobre lo que yo soy, o quiero ser". A lo que yo le contesté que, puesto que nadie tampoco le había preguntado si quería ser catalán, tampoco los catalanes, según esa lógica, tenían por qué decidir nada.

Y, lo mismito que BV, tampoco contestó a mi razonamiento, sino que dijo algunas amenidades acerca de mi persona. ¿Será porque no se le ocurrían argumentos que rebatieran el mío? ¿Será por casualidad? ¿Será una rosa? ¿Será un clavel? En fin, esas cosas pasan.

Y es que algunos padecemos, según la vieja expresión, "la funesta manía de pensar", y de contarlo. Así nos va. Y no es eso lo peor: es que nos tiran de todo, y seguimos en ello. Pura cabezonería, diga usté que sí. Merecemos todo lo que nos pase.

Madreconcarné dijo...

No conocía a este autor. Me ha resultado muy interesante.
Particularmente la última frase: primero el escritor inventa al personaje que va a escribir. Es lo que acabo de hacer (no es que me creyera muy original, pero es sorprendente).

Sebastian Pineda Buitrago dijo...

Estupendo artículo. Gracias por celebrar a Gómez Dávila. Tu antología tiene temperatura creativa. Preparo un ensayo largo. Mientras, enlazo a mi pequeña celebración: http://motivosdeproteo.blogspot.mx/2013/05/100-anos-del-reaccionario.html