martes, 11 de agosto de 2015

Una milésima


Desde el borde de la piscina, tomo a Carmencita por los brazos, la balanceo y la lanzo enérgicamente al agua. Y por una milésima de segundo siento la extrañeza real de que no ande sobre las aguas. Pesa tan poco, me parece, y es tan inocente. Mientras, atónito, la veo hundirse... y sacar su riente cabecita, elaboro ya la idea, qué remedio. Tal vez a Jesús con Pedro le pasaba lo mismo: ¡cómo no va andar sobre las aguas, si es un pedazo de pan", se diría. 

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Ya en la hamaca, seguí con la fe y los milagros. ¿Habrá dicho alguien ya que Jesús exige fe para hacer sus milagros no porque a su omnipotencia le haga falta ninguna muletilla, sino para no forzarla? Me explico. Jesús quiere que tenga fe porque, si no, su milagro me la terminaría imponiendo, y Él ama nuestra libertad hasta el extremo de atarse las manos.

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Por otra parte, por la suya, el que le pide un milagro sin fe no le pide un milagro, sino una prueba. ¡Y eso es tan fácil de dar y tan inútil!

1 comentario:

Anónimo dijo...

La necesidad de la fe para el milagro. Muy buena explicación.