domingo, 16 de enero de 2011

El discurso del rey

Entre los argumentos que voy enumerando para convencer al respetable de que que corra a ver la película, me dejo fuera dos: el más metapoético y el más personal. Empecemos por el más personal, para acabarlo cuanto antes: la abuela de mi mujer decía de mi tartamudeo (levísimo, creo), que era muy elegante pues recordaba al del rey Jorge. Después de ver la película, yo me preguntaba: "Ups, ¿pero tanto?" En todo caso, conociendo la anglofilia sin resquicios de la señora, hay que tomárselo como un pi pi piropo real.

Pasemos a lo metapoético. Decíamos ayer que la emoción poética aumenta cuando se vence una dificultad de expresión. Si en Poetry era una emoción lírica, aquí es épica, pero en ambos casos un problema lingüístico redunda en un resultado literario. El peligro que se sigue --nunca se avanza sin peligro en el campo de minas literario-- es fingir cualquier dificultad expresiva o incorrección: lo que algunos se creen que es la sprezzatura. El problema, entonces, no está en la dificultad o la incorrección, sino en el retórico fingimiento: la retórica de la antirretórica. El camino es otro: a medida que se domina el lenguaje, han de acometerse retos más difíciles, de modo que aquél vaya siempre por detrás de éstos, sin llegar del todo a alcanzarlos, obligando al lector a empujar un poco, a echar una mano. [No sé si me explico, pero lo he intentado con todas mis fuerzas.]

6 comentarios:

ACdR dijo...

No he visto la película, pero esta ya es la segunda recomendación enfática, así que no me la perderé. Sobre lo personal, te recuerdo que John Irving, por ejemplo, era disléxico antes de escribir esas novelas tan largas. Por no irnos hasta Demóstenes y sus piedrecitas en la boca...

En lo metapoético me parece que has dado en el blanco, tanto en la comparación con Poetry como en la enseñanza final.

Retablo de la Vida Antigua dijo...

También vivía por aquellos años Kipling. Escribía discursos para Jorge V y para el Príncipe de Gales, como indica David Gilmour en su soberbia biografía (La vida imperial de Rudyard Kipling).

Y también tartamudeaba, un tanto, Juan Belmonte y eso no le impidió ser sentencioso en sus palabras. Tampoco podía correr y esto le dio quietud y temple en el ruedo. Somos también nuestras limitaciones.

Su artículo de El Diario de Cádiz me parece de primera.

Saludos.

María dijo...

A la pregunta que lanzas en el art te contesto ya en el Diario. Añadir que me conmovió el amor a la monarquía y a la patria que transmite la peli.
Aparte de eso me parece que la película muestra como la forma puede esconder el fondo. Aquí la tartamudez ocultaba la valía del príncipe y había impedido una mejor preparación por cuanto todos le habían descartado como sucesor. Cuando, forzado por las circunstancias, animado por su mujer y ayudado por su profesor, empieza a vencer su defecto, sale su gran amor por su patria, su sentido de la responsabilidad y su tesón épico dices, heróico.
La enseñanza: ni podemos escudarnos en nuestros defectos ni hay que descartar nunca a nadie sin darle su oportunidad y los medios.
Es entrañable el comentario del rey diciendo que falló en la p para darle su sello personal.

E. G-Máiquez dijo...

Gracias por comentar en el periódico, María, que eso me da puntos con mis jefes. Y sí, qué patriotismo y sentido de la civilización. El comentario de la p es particularmente precioso.

Belmonte lo tenía claro y se explica muy bien en Belmonte, matador de toros. Gracias por la pertinente pista, RVA. Y oh, Kipling.

Lo gordo, gordo de lo metapoético, ACdR, todavía lo he dejado en el tintero. Jorge VI queda muy impresionado de lo bien que habla Hitler, y muy sutilmente se subraya que del dominio total del lenguaje no puede venir nada bueno. Sería interesantísimo seguir esa pista por la historia. Tenemos a Demóstenes, pero sobre todo a Moisés, nada menos, y a otro gran profeta de cuyo nombre no logro acordarme ahora.

Cristina Brackelmanns dijo...

Jeremías 1,6: Et dixi: A, a, a, Domine Deus, ecce nescio loqui, quia puer ego sum...
(aunque en los casos de Moisés y Jeremías -que no está muy claro si era tartamudo o se quedó atónito y balbuceante- la superación del problema no viene del puro voluntarismo ni reside en las propias fuerzas)
Sí que sería interesantísimo seguir esa pista, Enrique, la del dominio del lenguaje para el mal.
Muchísimas gracias por la recomendación.

Coni Danegger dijo...

Hola, Enrique; hace rato que no pasaba por aquí y me da mucha alegría saber que en tanto te ha crecido la familia. Sólo apunto que me emocionó tu afán de que comprendamos lo que dices, lo que quieres decir, que aquí se nota más que en la llana poesía que resulta después del esfuerzo de la escritura. ¡Gracias!