Después de escribir mi réplica a la soleá de Antonio Machado, me quedé intranquilo, algo me decía que mi versión había quedado muy por debajo, pero muy por debajo, de la del maestro.
Así que me dispuse a pesarlas en la balanza del juicio poético. En cuanto puse cada una en su platillo, el de la soleá de Machado se hundió con la veloz determinación de un ancla: pesaba mucho más. "Claro", pensé, "hay que descontarle el legítimo oro de la originalidad".
Pero pesando sólo la genialidad, sin el oro, mi soleá seguía siendo volteada. No podía ser por el sustrato filosófico, como le expliqué a mi hermano Jaime en el comentario de la nota de ayer... Entonces caí en la cuenta de que el secreto poético está en el segundo verso, en el "y ven conmigo", lleno de emoción y de camaradería, también de humildad.
Después del corte tajante, descortés, del primer verso, en el que se desprecia "la verdad" del oyente, viene ese guiño sentimental. Resulta tan eficaz y cálido que el poeta se siente obligado a dar, de nuevo, en el tercer verso un requiebro chulesco: "la tuya, guárdatela". Hay que reconocer que el hallazgo técnico de rimar con "guárdatelá" es grácil como una media verónica, pero el corazón imbatible del poema está en ese segundo verso emocionado.
Y es que, al fin y al cabo, la poesía, aunque tenga su prurito filosófico, es --como sabía mejor que nadie don Antonio-- cosa cordial.
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