sábado, 22 de abril de 2006

Haikú vs. Soleá

Aunque me haya dado trabajo, agradezco a mi compatriota, compañero y colaborador Fernando do Vale que ayer sacara a la palestra el asunto de las relaciones del haiku con la soleá. Para convencerle de que no importa que el haiku sea del Extremo Oriente, de más alla de muchas fronteras e idiomas, le cité uno de Miguel d’Ors que puede funcionar, además, como símbolo y bandera de ese contrabandismo:
Para el aroma
nocturno del jazmín
no hay alambradas.
Luego, pensé que habida cuenta del tiempo que el haiku lleva entre nosotros (cerca de un siglo) no se le puede considerar ya como una tradición extraña. Y si me permiten un argumento anti-vanguardista o, mejor dicho, retaguardista, tiene más títulos para ser español que el verso libre, aún más nuevo, y que, sin embargo, nadie discute nunca, desgraciadamente.

Con respecto a la relación de amor-odio entre el haiku y la soleá y a la posibilidad de que la existencia de la segunda haga innecesario al primero en estos lares, la clave está en que cada cual tiene un carácter muy distinto. Lo más prudente, por tanto, es que cada uno siga su camino y se guarden las distancias, para que no salten chispas. La diferencia más evidente es de tono. En líneas generales, mientras la soleá es musical, ingeniosa y desgarrada, para la risa o el llanto; el haiku es visual, ingenuo y delicado, para la sonrisa o la melancolía.

Lo más que se puede hacer, cuando uno es un maestro, es un haiku por soleares, forzando un poco la línea, pero sin rasgarla. Véase éste de Jaime García-Máiquez:
El tiempo es oro.
¿Qué hace el náufrago ahora
con el tesoro?
Y viceversa. Se puede cantar una soleá en el tono leve, casi silencioso, del haiku, buscando, más que el pellizco, el temblor. Pongamos un ejemplo inmejorable: esta soleá humanísima de Juan Peña:
Todavía no es tarde.
A la vida le quedan
los niños y los parques.
El gran peligro, cuando se bordean las líneas, es el del juego del siete y medio: pasarse, que es peor. En La amistad silenciosa de la luna, imprescindible colección de haikus, José Cereijo fuerza a veces la mano y le sale alguno que parece hecho para cantarse en la fragua:
Dos ojos negros,
intensos, penetrantes,
de calavera.
Y otra vez viceversa. Mi admirado José Luis Tejada tiene una soleá que no es, ni mucho menos, la mejor de las suyas:

La primavera en tus manos.
Una ramita de almendro
entre tus dedos de nardo.

No es sólo que sea, en el estrecho límite de tres versos, repetitiva y excesivamente floreada, sino que su espíritu es demasiado delicado para el palmeo de tantas manos. Tras podarla un poco, miren qué maravilloso haiku resulta:
La primavera:
una ramita de almendro
entre tus dedos.

2 comentarios:

Juan Antonio González Romano dijo...

Siempre es un placer releer esta entrada, Enrique. Yo introduciría la variante de la seguidilla: los tres versos de la coda final de la seguidilla compuesta coinciden en forma con la métrica del haiku, con la diferencia de que llevan rima. Coincido -cómo no- en que la diferencia entre soleá y haiku es de tono; no insisto en lo que tú has explicado tan bien.
Un abrazo.

Segis dijo...

Haiku inspirado:
como soleariya
de pie quebrado.