Ayer, en el Puerto, en la Fundación Rafael Alberti, presentaba un libro de poemas para niños mi amiga Inmaculada Moreno. Pensé que tal vez podría hoy contar la presentación aquí, pues tengo poca vida literaria —esa contradictio in terminis— y, para una oportunidad, estaría bien hacer algo de trapilleo con las anécdotas y los personajes del Parnaso local.
Pero no. Para empezar, María Asunción Mateo, la viuda del poeta, no acudió, de manera que el morbo se desinfló bastante. Cierto que la chaqueta rosa del director de la Fundación se podría comentar, pero también él tendría algo que decir de mi clásica teba marrón, y no merece la pena meterse en los armarios de nadie.
Además, los poemas infantiles de la Moreno me apasionaron y, claro, con la emoción ya no pude estar pendiente de qué hacía o decía la gente para venir luego a contarlo acá. Estoy seguro de que el libro funcionará. Es muy bueno y tiene un título que es un involuntario acierto del marketing, o al menos me lo parece: Versos para sobrinos. ¿Qué tío (entre los tíos leídos, que los hay) resistirá la tentación?
Los ilustraciones de Mercedes Perea, que su atento marido proyectaba desde un ordenador, me parecieron extraordinarias. Ya las verán, pues colgaré alguna aquí. Tienen un aire inquietante a la alquimia geométrica de Escher, pero sin perder la magia blanca que los niños merecen.
A mitad de la lectura, que fue muy tierna, porque los sobrinitos de Inmaculada salieron a leer varios poemas, yo no pensaba más que en la reseña que escribiré de este libro, defendiendo la tesis de que, tal vez, en la poesía infantil se refugia cierta inocencia y candidez que es necesaria a la poesía de mayores, pero que con tanto cinismo y cálculo y metaliteratura no somos capaces de insuflarle. La reseña se la propondré a Javier García Clavel, para Poesía Digital, para cuando me toque colaborar de nuevo.
La presentación del libro la hizo José Mateos, pero como yo llegué tarde y el acto poético fue puntual, me la perdí. Lástima grande. Una curiosidad: Hiperión, que es la editorial que saca el libro, se ha retrasado, de modo que fue la presentación de un nasciturus, hecha con las pruebas de imprenta. Los libros -dicen- están al llegar...
Durante la copa de después, tuve que aguantar algo cada vez más habitual: que la gente me riña por mis artículos en la prensa. Un recién conocido me dijo que “últimamente estaba desvariando”, y me asusté por si acaso me estuviese desinflando, perdiendo fuelle con la costumbre. Luego, con la confianza que dan diez minutos y dos copas de fino, me contó que él era del PSOe de toda la vida, y eso lo explica todo. Una señora con el pelo corto y rojo [ustedes la imaginan] me recomendó mucha tranquilidad con respecto a las reformas de los Estatutos, que me leía muy alterado. Es curioso que ahora el discurso de los progres se haya convertido en “No pasa nada”, en una recomendación de la ataraxia, la conformidad y el inmovilismo cívico. Quién los ha visto, y quién los ve.
Como la cosa no amainaba, me refugié entre los poetas. Estaba Ángel Mendoza, que es mi estricto coetáneo y con el que empecé en esto. Él, simpático, siempre recuerda, por hablado y por escrito, que yo nací en enero y que él lo hizo en diciembre, de modo que soy un año más viejo. Eché de menos a mi primo Fernando López de Artieta, que anda en Madrid, como siempre, y que se ríe mucho con estas cosas de la biobibliografía.
También estaba Josefa Parra, que no sabía que Quiñonero nos había sacado en su blog a ambos como ejemplo de poetas sensibles que estarían dispuestos a desollarse en cuanto se hablara de política. No le hizo gracia, y a su novio aún menos . Al despedirnos, me dijo: “Si hay que matarse, nos mataremos a besos”. Que es un comentario algo barroco, pero ciertamente dulce y hasta turbador…
Y ya está bien. A uno la vida le encanta, pero contarla es una redundancia. No escribiré un diario: respiren tranquilos.
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