LA pereza nos indica qué se tiene que hacer en cada momento, pues el deber nunca apetece nada. Por eso, asumo que salir de penitente tiene que ser uno de los compromisos más ineludibles de mi calendario. Cumplida su función de indicador moral, la pereza está para vencerse, si se puede. Yo, esta vez, volví a salir en mi hermandad, más de penitencia a medida que cumplo años.
Y, sin embargo, cuando ya se está allí, uno se alegra. Dejemos a un lado, teniendo en cuenta que corren tiempos de laicismo militante, los aspectos puramente religiosos, que son los que importan, y dediquémonos, como mandan los cánones, al costumbrismo, que tampoco hay que negar. Para el cristiano que es escritor, la cosa, además, tiene mucho encanto, ya que (tras su túnica, su capa y su velillo) uno se convierte en sólo dos ojos, esto es, en una mirada, que es el sueño de cualquier poeta.
Y qué bien, entonces, se contempla la ciudad. Hay quien cree que una persona tiene raíces en un lugar cuando sus antepasados están enterrados en él. No voy a negarlo; pero también se echan buenas raíces en los largos parones de Semana Santa, cuando las imágenes parecen añorar la quietud de sus templos, y todo se inmoviliza. El paciente penitente, entonces, plantado en una esquina, pasea lo único que puede, sus ojos, por las calles, por las fachadas nunca vistas de las viejas casas, por los árboles… También mira el cielo de la tarde, de un azul inmaculado plenamente redimido. Y allá van y vuelven –indiferentes al laicismo– los vuelos libres de los vencejos, como cruces de Santiago, repartiendo sobre todos su alta bendición.
La prisa que hasta entonces no nos había dejado ver el paisaje que corremos o recorremos cada día, tampoco nos permitió fijarnos en el paisanaje. Ahora, gracias al ritmo demorado de los pasos y a través de dos incómodos agujeritos, uno puede mirar indiscretamente a sus paisanos como nunca. Y disfrutar del aspecto narrativo, que es entrañable: cuántas historias en las aceras, medio sabidas, medio adivinadas, con su punto de suspense… Tras salir muchos años, uno reconoce con ingenuo romanticismo a antiguos novios que se han casado. Y a los que se les va cayendo un poco el pelo, que también es entrañable, de otra manera. Luego está el aspecto estético: consternarse ante las últimas tendencias de la moda popular; y respirar, aliviado, al constatar que, no obstante, la belleza de ellas no puede ocultarse del todo...
Por guardar el secreto de procesión, no contaré las curiosas conversaciones que se sobreescuchan en cada parada; pero sí recordaré cómo todas, las frívolas, las familiares, las de trabajo, las políticas, las hipotecarias, todas, cuando se iba acercando el paso de palio, se interrumpían y se transformaban en una oración… Igual quisiera yo que se transformara hoy esta columna.
[Pulicado hoy en el Diario de Cádiz]
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5 comentarios:
Me parece fascinante el articulo.
Esta tarde relizaré "mi caminito" y volveré a sentir esas sensaciones que tan bien has descrito.
No me gusta la Semana Santa. Esta la única formulación que se entiende, porque la Semana Santa, claro está, es un tiempo litúrgico, y como tal, ni me gusta ni me deja de gustar. Es importante, y ya está, porque es el preludio necesario para la Resurrección. Pero lo que no me han gustado nunca son las procesiones, el incienso, los nazarenos (que me intimidan, precisamente por la superioridad del anonimato enmascarado). Lo siento, pero a muchos de mis conciudadanos (sevillanos) les parezco poco menos que humano, cuando expreso mi falta de gusto por la tradición cofrade. Qué le vamos a hacer, no lo he elegido. Incluso hago mis esfuerzos (por motivos de amor nupcial y familia política)para que me emocione un poco, pero nunca da muchos resultado. Esforzarse en producir un sentimiento nunca funciona.
En fin, no sabía que salías de penitente, pero no me extraña, pues "nada urbano te es ajeno". Muy bueno tu artículo. Sobre todo el último párrafo, sobre el silencio de las conversaciones cuando pasa el Misterio.
¡Feliz Pascua!
Soy la de los motivos nupciales, y Jesús Beades miente, porque con su familia política hace dos o tres años lloró y se emocionó con el paso del Señor de la Salud de la hermandad de los Gitanos. En fin...
Mi santa esposa avisa a la de los motivos nupciales: acostúmbrate, querida colega, que estos poetas son unos fingidores...
Que finge ser él mismo, por una vez al menos, cuando escribe.
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